Con la normalización de las nuevas tecnologías, cada vez son más las personas que se registran en algunas de las redes sociales del momento (Twitter, Instagram, Facebook…) con la intención de socializar. El problema llega cuando estas personas utilizan sus recursos comunicativos para verter odio sobre otro/os individuos.
Con el paso del tiempo, es cada vez mayor el número de denuncias por delito de odio. De estas, un gran porcentaje procede de Internet. Se trata de una realidad en nuestra sociedad actual, pero, ¿por qué se ve incrementado el número de personas que utilizan sus redes sociales para expandir odio?

Las restricciones incrementan los delitos de odio
Solamente en la primera mitad del año 2021, el número de denuncias por delito de odio ya era de 610. Esto supone más del 9% de las que se efectuaron en el mismo periodo de 2019. Coincide con el incremento de las restricciones de movilidad y el cada vez más elevado uso de las redes sociales.
A esto hay que sumar que, de acuerdo con una encuesta llevada a cabo por Interior, solo una de cada 10 personas que sufren delito de odio se animan a denunciarlo. Por lo que todo apunta a que las cifras de personas que viven estas situaciones es más elevada que los datos oficiales.
Las cuentas falsas incitan al odio
Sin duda alguna, uno de los factores de mayor peso en esta nueva realidad, es la posibilidad de cualquier individuo de abrir sin problema una cuenta falsa. Se trata de una oportunidad que encuentra parte de la población para hablar de cualquier aspecto sin sentirse expuesto. A veces, este método es usado para llevar a cabo el fanatismo por algún aspecto/artista de forma anónima. El problema es cuando se utiliza para justo lo contrario: verter odio sobre algo.
De esta forma, muchas personas crean cuentas sin su nombre, sin su foto ni ningún dato personal. En muchos casos la intención de hablar de cosas sin exponerse a represalias. Como si sintiesen bajo esas cuentas una libertad que no encuentran en su vida real, algo así como la impunidad del anonimato.
Esto nos lleva a pensar y plantearnos: ¿deberían los responsables de las distintas redes sociales gestionar este problema mejor? ¿Se debería pedir algún tipo de dato personal con la intención de poder identificar a quien esté detrás de una cuenta? Quizás así la gente sentiría la presión de su exposición.

El gran problema de la desinformación
Si con algo cuenta Internet, es con una cantidad enorme de información. Sin embargo, esto unido al problema que mencionábamos anteriormente del anonimato, lleva implícita mucha desinformación. Mucha de ella está generada a conciencia. Otra mucha es simplemente como ese juego del «teléfono roto» en el que cada jugador iba añadiendo algo más de su cosecha, hasta que el mensaje final no tenía nada que ver con el inicial.
Seguro que os suena el tan extendido término de las «fake news». Estas son noticias falsas que, con internet, adquieren un peso aún mayor en nuestra sociedad.
Para tratar de evitar estas fake news deberías estar atento/a a:
- La autoría de la persona que da la información.
- El resto de noticias que suele publicar.
- Contrastar la noticia antes de darla por válida.
El peligro de la inmediatez de internet
La dimensión que pueden alcanzar las redes sociales la encontramos también en la inmediatez y la rápida difusión con la que cuentan. Esto hace que cada vez sean menos importantes las fronteras o la lejanía entre usuarios.
Por lo tanto, una situación que ocurre en algún país, podrá ser rápidamente expandida al resto del mundo en cuestión de segundos. Toda esta rapidez también influye en la información rápida, que a veces se confunde con la opinión y la desinformación.
En internet no hay olvido
Por otro lado, algo importante dentro del mundo de Internet es el hecho de que cuando algo se comparte, es muy difícil que pueda ser 100% eliminado.
Por lo tanto, lo más probable es que cualquier persona pueda acceder a información nuestra, incluso aquella para la que no hemos dado nuestro consentimiento, o que ha sido subida por cuenta ajena a nosotros.

La falta de regulación de internet
La regulación de internet es un aspecto muy delicado, debido a su posible choque con la libertad de expresión. Es por ello que es un lugar libre para la difusión de información, opiniones e ideas, pero también es un riesgo frente a la desinformación y los ataques de odio.
El Gobierno de Interior, en su intento de frenar la propagación del discurso de odio ilegal a través de internet, ha desarrollado un «Protocolo para combatir el discurso de odio ilegal en línea«. Este atiende a la situación particular de España y se aplica en base a la legislación estatal española.
En él, se recogen los criterios que constituyen un marco de referencia, pero que no condicionan el ejercicio de la jurisdicción.

Odio en la red y salud mental
Las situaciones de ciberacoso son cada vez más frecuentes, a medida que las personas están más acostumbradas a utilizar las redes sociales. De la misma forma que cuando hablamos de cualquier tipo de acoso, quienes sufren este «hate» en Internet tienen un riesgo de sufrir alteraciones en su salud mental.
En estos casos, la persona siente sensaciones como la soledad, la tristeza o la impotencia. Esto las lleva muchas veces a aislarse y autocensurarse. Cuando esto perdura en el tiempo, los problemas mentales pueden ser muy importantes. Como decíamos anteriormente, muchas cuentas que se dedican al acoso se respaldan bajo cuentas anónimas, lo que hace que los ataques de odio en ocasiones sean mucho más extremos de lo habitual.
¿Qué hacer frente al acoso en la red?
En definitiva, internet es un lugar con muchos aspectos positivos, como la ya mencionada libertad de expresión. Sin embargo, es importante conocer sus puntos flacos, para poder actuar sobre él, a favor de colectivos o individuos que se puedan ver perjudicados de forma injusta.
Aunque es importante que las propias redes sociales tomen cartas sobre el asunto y eliminen el contenido dañino, los individuos también deberían de saber actuar frente a estas situaciones. Por eso es importante:
- Denunciar el perfil del acosador.
- Recurrir a la justicia en caso de que así se considere.